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(Extracto de Cambia todo, disponible en Amazon)

Hace un par de años, cuando empecé a escribir este libro, el mundo era otro. En aquel entonces, una época que ya se siente lejana, mi principal preocupación se centraba en el futuro del trabajo, en cómo abrazar los cambios tecnológicos y laborales que ya estaban ocurriendo y se incrementarían en los próximos años.

Yo sabía que el futuro laboral no sería forjado únicamente por la tecnología: otras fuerzas igual de poderosas e inminentes estaban a punto de transformar la naturaleza del trabajo de manera radical. Entre estas fuerzas estaban el cambio climático, la migración y el envejecimiento de la población.

A inicios de 2020, sin embargo, una certeza fue cobrando forma: que la humanidad tendría que abrazar un cambio mucho mayor. Un nuevo factor estaba a punto de causar un cambio veloz e inesperado: la emergencia sanitaria provocada por el nuevo coronavirus.

El SARS-CoV-2 no solo puso de rodillas a los sistemas sanitarios de varios de los países más poderosos del mundo y causó cientos de miles de muertes, también aceleró la transformación digital de organizaciones de todos tamaños y de todas las latitudes. Muchas empresas que en otro escenario hubieran optado por contratar consultores carísimos para planear y ejecutar una minuciosa transición digital a lo largo de dos años, ante la emergencia sanitaria tuvieron que hacerlo en tan solo cinco días porque los colaboradores ya no podían reunirse en el espacio físico de la oficina para trabajar. Trabajar desde casa, entonces, se hizo imperativo para muchas personas.

La crisis global del coronavirus ha avanzado a una velocidad que el mundo no conocía. Según estimaciones de JPMorgan Chase, la institución bancaria más grande de Estados Unidos, la economía mundial se contrajo un 12% de enero a marzo de 2020. Pocos países o industrias están protegidos contra este choque económico sin precedentes.

Mientras escribo estas palabras, los gobiernos de varios países empiezan a levantar lentamente las cuarentenas, y una tercera parte de la población del mundo se encuentra aislada en sus hogares. Hasta que se produzca una vacuna, viviremos periodos de distanciamiento social que podrían extenderse durante varios años. El Imperial College of London estima que el coronavirus nos obligará a guardar distancia de otras personas durante los próximos doce o dieciocho meses. La pandemia cambiará la forma en que comemos, trabajamos, compramos, hacemos ejercicio, cuidamos nuestra salud, socializamos y pasamos nuestro tiempo libre.

De hecho, en cuestión de meses la pandemia incrementó la polarización laboral y la precarización del empleo. Las divisiones entre profesionales, trabajadores con salarios bajos y los jóvenes son más palpables que nunca.

Los más afortunados son quienes pueden trabajar fácilmente desde casa y su día laboral transcurre a través de videollamadas de Zoom u otras herramientas. La mayoría de los “Zoomers” conserva su salario y su empleo, para ellos, la cuarentena puede ser un inconveniente (especialmente si tienen hijos), pero no es un riesgo para sus estándares de vida.

Para muchas otros, la pandemia es una amenaza seria, pues al ser considerados trabajadores clave no pueden dejar de asistir al lugar de trabajo y tienen más riesgo de contraer el virus. 

Muchas otras personas no pueden desempeñar su trabajo desde casa y han perdido su empleo. Algunos llaman a este segmento los “zeros” (cero en inglés). Desde antes de la pandemia, éste segmento estaba en una posición menos privilegiada que los Zoomers, pues tenían menos seguridad laboral y salarios más bajos. 

Otra gran brecha se abre para la generación Z, los nacidos entre 1995 y 2005. Sin importar su nivel educativo o social, se enfrentarán a un mercado laboral hostil. Ni siquiera los universitarios están exentos y encontrar su primer empleo será un reto. Durante la primera semana de mayo de 2020 se publicaron menos de 2,500 oportunidades de pasantías o internships en el portal de empleo Monster.com. Durante la misma semana del año pasado se publicaron 18,000. 

No podemos hablar del “futuro del trabajo” como si fuera solo uno. Hay múltiples futuros y presentes laborales. El impacto diferenciado que COVID-19 ha tenido en los Zoomers, los zeros y la generación Z es un claro ejemplo.

A largo plazo, los efectos colaterales de la pandemia se irán agravando: el desempleo a gran escala será acompañado por la bancarrota masiva de negocios; el cierre de fronteras dará pie al surgimiento de nuevas leyes y restricciones, atizadas por la xenofobia y el populismo que ya reinaban en diversas regiones del planeta.

Los cambios en el día a día provocados por el COVID-19 serán profundos, tanto que algunos actores como la consultora Board of Innovation hablan de un nuevo tipo de economía: la low touch economy o “economía del mínimo contacto”. La denominan así porque ahora las transacciones económicas se desarrollan en un entorno de reuniones de aforo limitado, restricciones de viaje y requisitos estrictos de higiene. En lo personal, ¡nunca imaginé que tantos amigos tendrían citas románticas a través de la plataforma de videoconferencias Zoom!

La presencia del coronavirus nos ha hecho hiper conscientes de cada superficie táctil que podría transmitir la enfermedad. Por esta razón se pronostica que en el mundo posterior al COVID-19 haya menos pantallas táctiles y más interfaces de voz y de visión artificial. Antes de la pandemia, ya era posible pagar sin contacto a través de dispositivos móviles en algunos comercios. Ésa y otras tendencias similares crecerán.

Un ejemplo concreto de esta nueva economía de escaso contacto es la Fórmula 1. Tras la cancelación del Gran Premio de Australia, pilotos como Max Verstappen o Lando Norris se embarcaron en carreras virtuales que fueron un éxito rotundo. Más de un millón de espectadores vieron los Grandes Premios de Australia alternativos que organizó Veloce eSports. Dado el interés suscitado, la Fórmula 1 anunció la creación de un mundial virtual en el que participarán los mejores pilotos del mundo.

Hace un par de años llegué a la conclusión de que la habilidad más importante que los seres humanos debíamos desarrollar era la agilidad al cambio, es decir, la capacidad de adaptarnos a nuevas circunstancias rápidamente. Esta habilidad, por sí misma, se alimenta de otras como el pensamiento crítico y el aprender a aprender. La crisis sanitaria provocada por el coronavirus me confirmó que la adaptabilidad es la habilidad más importante y que, como dijo Darwin, el que sobrevive no es el más fuerte ni el más veloz, sino el que se adapta más rápidamente.

En los siguientes párrafos compartiré algunas reflexiones sobre las maneras en que el COVID-19 ha transformado el mundo laboral. Antes, no obstante, quiero aclarar que predecir los efectos del cambio es difícil, pero una cosa parece segura: los cambios serán proporcionales a la duración de la emergencia sanitaria.

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